Hace ya mas de tres semana que participe en una expedición a
San Blas cuyo objetivo fue explorar un circuito en el cual Aventuras
Panamá ofreciera una aventura que incluyera 4x4, caminata en la selva,
kaying en río y mar, campamento y snorkeling.
Cuando las personas escuchan San Blas usualmente lo asocian con
pequeñas islas, aguas cristalinas y buena comida a base de mariscos, molas y por
supuesto Kunas. Esta expedición aunque a San Blas no tuvo nada que ver
con esto; mas bien, fue cultural. Si, el río nos demostró su cultura. Un
río es como la vida de una persona nace de la energía de otros seres vivos
o minerales, en su camino recorre diferentes lugares y en su lecho deja un
legado para otros recursos.
Fueron tres días de educación. Comenzamos viajando en 4x4 hacia el
pequeñísimo poblado de San José en la Cordillera del Norte de Chepo,
aquí empacamos el equipo mas pesado (los kayaks inflables)
en un caballo y lo demás a la espalda. Así es como debe ser para
gozar el esfuerzo. |
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Comenzamos a caminar alrededor de las 2:00 pm
para buscar la trocha que atravesaba la
división continental para llegar a San Blas, específicamente al
campamento indígena de Agua Fría a orillas del Río Mandillala. Este
pequeño pero hermosísimo río nace en la cordillera, atraviesa San Blas
para luego desembocar sus aguas en el Río Mandinga. |
Este río iba a ser nuestra ruta a seguir para salir al mar en los próximos
dos días. A las dos horas de caminata por la trocha que atravesaba la
selva, dominada en ese momento por los monos y abundada en lodo, logramos
llegar al famoso Río Mandillala.
Para nuestra sorpresa, a pesar de las constantes
lluvias de la región el río no era navegable, así que nos toco caminar por
el río y por senderos adyacentes a este río. En este punto el río me dio la
primera lección sobre cultura de montaña: la vegetación muy húmeda y
tupida, el agua transparente y casi potable, el subsuelo del río compuesto
básicamente por piedras de todos los tamaños, pero eso si, piedras y mas
piedras.
Caminamos por el río diez minutos y por la selva
otros diez minutos, salíamos de la trocha y nuevamente a
caminar por el río otros diez minutos. Así nos pasamos las siguientes
dos horas de caminata, si no era agua a la rodilla era lodo a las
talones.
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Mejor que esto no podía ser, a pesar que el terreno era
exigente, el solo sentir estar en una región lejos de la civilización,
de la comunicación y sobre todo de la computadora, me daban ganas de
caminar en este río por cinco días mas. Esto es cultura: los árboles, los
animales, el cauce del agua. El solo hecho de estar allí
mostraba todo el engaño que recibimos hoy en día de seres
humanos que han perdido el amor hacia ellos mismos, el amor hacia lo real.
Alrededor de las 6:30 p.m., a media luz,
llegamos al famoso campamento. Nuestra intención era caminar hasta
llegar al río para luego navegar hasta el campamento pero al
encontrarnos el río con tan bajo nivel de agua, no nos quedo otra opción que seguir
caminando; pero, las cosas pasan por que tienen que
suceder. Esta caminata fue el mejor abreboca que pudimos pedir para
este viaje.
Al llegar al campamento, compuesto de un rancho con
hamacas y un pequeño bohío para la cocina, nos dimos cuenta que solo una
montaña divide dos culturas completamente diferentes, del lado sur los
campesinos de San José o Criollos y del lado Norte los indios Kunas
totalmente diferentes en rasgos, idioma y costumbres pero todos
disfrutando un mismo estilo de vida, en este momento.
La luz de la luna llena nos dio la oportunidad para
bañarnos como debíamos por primera vez en este río, baño bien merecido
después de la buena caminata, no contra el reloj, sino, contra la noche.
No existe jacuzzi o piscina que tan siquiera se compare con las aguas de
este río. Ya comprendo por que estos indígenas lucen tan despreocupados
y relajados, viven en un spa !.
Esa noche nos dieron la oportunidad de cocinar algún
invento y mezcla de las cosas que habíamos llevado, por supuesto, con el
hambre que teníamos, hasta piedra podíamos comer. Con la barriga llena y la
luz de la luna llena armamos las hamacas en el rancho y eso fue todo para
los campeones por esa noche. Hasta esa noche todo fue de lujo.
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Claro esta que la suerte no es eterna. Muy temprano al día siguiente
nos despertamos para cocinar el desayuno a fuego de leña a la orilla
del río. Alrededor de las 7:30 de la mañana nos despedimos de los amigos
de Agua Fría para aventarnos al río a navegar. Antes tuvimos que
improvisar reparaciones al equipo que por las ramas del angosto camino del
día de ayer se había visto afectado un kayak, nada que nos impidiera seguir la
expedición. |
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Y así comenzó el segundo día de escuela cultural de un río. Los
rápidos de este río eran bien leves, pero no podíamos
confiarnos ya que un indígena en el campamento nos había advertido
"cuidado con el chorro allá abajo". |
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Como a 45 minutos de estar navegando lo encontramos.
Gracias a Dios que fuimos advertidos; de lo contrario, esta historia, tal
vez,
nunca la hubieran leído. El chorro, que tenia bastante agua, tenía una
piedra en todo el medio de la bajada. De habernos lanzado bien,
bien duro nos íbamos a dar contra ella.
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Pero nada paso. La reparación matutina en uno de los kayaks
comenzó a fallar nuevamente, por lo que aprovechamos la pausa para
ingeniar una nueva solución. |
Cuando finalmente nos tiramos al agua nuevamente, tuve
la suerte de ir al frente del convoy de kayaks. Mayor fue la suerte cuando
a unos siete metros de distancia me tope a una respetable cabeza de
lagarto, que al vernos, se hundió. En este momento, no me quedo mas remedio
que hacer caso a lo que el loco del Discovery Channel, "cocodrile
hunter," comentaba sobre los lagartos: no atacan en el agua, solo en la orilla.
Por
mucho que te digan, el sentimiento de vulnerabilidad que uno siente ante
un animal mas grande que uno es inevitable, pero ni modo, a seguir remando.
Al parecer el tipo tenía razón ya que mas nunca vimos ese lagarto.
El paisaje cambiaba cada minuto de navegación. El
río fluía por tipos de vegetación muy variada con
diferentes tonos de verde y terrenos de composición muy
irregular.
Luego de unas dos horas de navegación salimos de la
selva de montaña. Aquí ya se comenzaba a notar la diferencia de la
tonalidad y velocidad del agua. Comenzamos a ver mas palmeras y hacía
mucho mas calor. Al poco rato comenzamos a ver las plantaciones
de yuca y plátano de los indígenas por lo que sospechamos de la cercanía
de alguna comunidad.
En efecto, llegamos a la primera y última comunidad
Kuna que vimos, Mandillala. Paramos a visitar, descansar y
tomarnos unas sodas bien frías
Cuentan que a una hora a pie de esta comunidad, muchos años atrás
explotaron una mina, por lo que todavía hay restos del ferrocarril,
maquinaría y hasta una pista de aterrizaje, pero esto no nos
interesaba. Lo nuestro era el río.
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Me sentí muy curioso cuando pocos metros antes de llegar a la
comunidad vimos a unos niños Kunas bañandose en el río. Para nosotros
fue bueno ver gente, pero para ellos, no se ni que pensar.
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Han de estar acostumbrados a ver piraguas de madera
navegadas por personas de su etnia y de repente aparecen cuatro locos en
unos kayaks inflables con una apariencia totalmente diferente. Le debo
esta experiencia humana al río.
Ya eran las dos de la tarde cuando decidimos seguir
bajando para luego parar a cocinar algo para almorzar ya que
el hambre me estaba quitando la sonrisa de la cara. Al navegar junto a la comunidad
fue impresionante ver cuantas personas se
encontraban bañando en el río, y no era un fin de semana largo
pero un martes por la tarde. Si en la ciudad se pudiera hacer esto !...
Habían viejos, niños, bebes, hombres, mujeres, perros, de todo. Inclusive
nos toco ver como un niño de unos cinco años le estaba enseñando a nadar
a un niño de unos tres años. Me dio algo de envidia saber que siempre
podían hacer esto, y yo solo a veces.
Una hora río abajo encontramos nuestra playita que
serviría de cocina para un merecido almuerzo. Nuevamente mezclamos
nuestros suministros y resulto un delicioso y exquisito arroz con tuna. Ironías de la vida, con tantos peces en el río nosotros preparamos
arroz con tuna enlatada. Ni modo, mas valía prevenir que lamentar.
A esta hora podíamos percibir el mar aunque
todavía no veíamos manglares. Sabíamos que esa noche las chitras iban a hacer
fiesta con nosotros. Pero ni modo, decidimos
aprovechar lo que quedaba de luz para seguir adelantando.
En esta sección del río el encanto de la naturaleza ya
se había esfumado. La espalda me dolía por estar tanto tiempo en kayaks
y ya no me parecía tan encantadora
la cultura que tanto aprecié. Para
nuestra sorpresa el río cambio repentinamente y paso a tener una angostura
de solo unos dos metros canalizado entre unos pajonales bastante altos a
ambos
lados. Nos sentimos algo inseguros al navegar en este laberinto
ya que el río solo daba vueltas y vueltas y nada cambiaba. Era paja y paja
para ambos lados y ya se estaba acercando la hora de buscar un lugar para
acampar. No había nada mas que paja, así que escogimos un pequeño risco
para acampar sin
tener idea de la emboscada que nos tenían preparado los mosquitos.
Subir a este terreno no fue nada fácil ya que
era una pared de tierra de unos tres pies, sin contar el pie y medio que
nos hundimos cuando metimos los pies en el fango del río. Finalmente
logramos subir a terreno seguro para no bajar mas. Aunque con ganas de bañarnos,
decidimos quedarnos quietos y concentrarnos en armar el campamento
y encender el fuego ya que el agua ya no se veía muy placentera.
Una corriente de agua chocolate, con monte espeso a ambos lados, no señor,
nadie iba para el agua esa tarde.
Pero no todo fue malo. Por suerte había un comején
gigante al cual prendimos fuego de inmediato para ahuyentar los bichos que
luego volverían por su revancha. Fue tan bueno el arroz con tuna del almuerzo que decidimos repetirlo.
Esta
vez con doble tuna y con "pork & beans." Exito total, nuevamente.
Eñl agua del río no se veía nada limpia y mucho menos
potable. Sin
mas alternativas, nos arreglamos para bajar al río a buscar agua
para luego calentarla. No conformes con el proceso también le agregamos
pastillas purificadoras para mayor consistencia, sazón y seguridad.
Lo que todavía extraño es el cielo de esa tarde. A eso de las 6:38
pm no tienen idea el regalo que nos dio la naturaleza. Cultura para mi
tomo otro significado. No
es ir a un museo, es apreciar la pintura de colores intensos
que Dios traza en el cielo todas las tardes para nosotros.
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Pero cuando se desvaneció el crepúsculo atacaron los mosquitos,
así que me atrinchere en mi hamaca. Gracias a Dios el mosquitero estaba nuevesito. Mis compañeros no corrieron la misma suerte ya que
a ellos les
toco dormir en colchas bajo un sobretoldo. Cuando al
fin conciliaba un sueño los truenos y las gotas de lluvia me desvelaron.
Para mi desgracia había dejado el poncho de la hamaca así que
estaba mentalizado a salir corriendo a refugiarme con los otros bajo el sobretoldo; pero,
solo fue
una pequeña llovizna. Claro que toda la noche con amago de lluvia,
me despertaba con el mínimo ruido ya que pensaba que me iba a
mojar. Esa fue
la triste historia de esa noche, a mí me mantuvo despierto la amenaza de
lluvia y a mis compañeros los mosquitos.
Salía el sol cuando ya inmunes a
los bichos preparamos un buen café y desayuno (aunque protesté
por falta de tuna). Levantamos
campamento y nos preparamos para seguir
navegando río abajo. Este día queríamos a encontrar el mar
antes del medio día, así que comenzamos bien temprano.
Nuestra esperanza o meta para este día era encontrarnos
con el Río Mandinga. Un río mas grande, para que con su corriente fuese mas fácil
y mas rápido el recorrido. Finalmente llegamos y grande fue el desengaño.
Aún llegando a él desde un tributario, el Río Mandinga no parecía mas grande, ni tener
mas corriente que el Río
Mandillala. Si tenia muchos mas
palos y ramas
estancadas durante el recorrido lo que aumentaba nuestra ansiedad por la
posibilidad que se pinchara un kayak.
El encanto del río había quedado bien atrás en la
montaña. Ahora se torno con un aspecto tenebroso por lo que evitamos pensar en eso.
Nos concentramos en pasar rápidamente estas empàlizadas (represas formadas por troncos y trozos de
madera atascados a lo largo del río).
Al poco tiempo el río nos mostró otro aspecto que su
cultura, el manglar. El manglar aún sin corriente nos animó ya que nos dio
sombra, pero mas importante, nos estaba indicando la proximidad del mar.
El manglar era impresionante, estaba compuesto por árboles de mangle y
palmas reales.
En esta sección fue cuando vimos el mayor tránsito de botes
o cayucos tripulados por kunas navegando río arriba y río
abajo transportando bloques, madera, suministros, en fin, todo lo que una
comunidad necesita. Fue muy interesante ver como utilizaban este canal de
comunicación-
Detalle, todas, absolutamente todas las personas
que nos encontramos en los diferentes botes nos decían algo completamente
diferente cuando les cuestionamos sobre el tiempo que faltaba para llegar
al mar. Así que ni modo, solo nos quedaba seguir remando. Tres horas
después de remar, remar y remar el manglar se abrió para presentarnos al
majestuoso Señor Mar Caribe.
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Ver el mar, mas allá del manglar, fue similar a experimentar lo que se
siente al terminar una carrera bajo un gran letrero que dice META. Penosamente nadie
nos estuvo esperando como anticipamos. Eso no me detuvo para
imaginarme los aplausos. |
Nada podíamos hacer, así que simplemente descansamos y
comentamos sobre la travesía.
Al rato apareció nuestra embarcación que nos llevaría a
Cartí. El resto es historia, la jornada educativa del río había
terminado.
Cuando íbamos en la carretera hacia El Llano desde Cartí,
empecé a extrañar el transporte por agua, que sin lugar a duda es el
mejor. Gracias al Río Madillala y al Río Mandinga por esta experiencia. |